El pádel nació al aire libre y pista de muro. Con el paso de los años, allá por los inicios de la década de los 90, aparecieron las pistas de cristal. Relegadas a pistas de segunda por los jugadores amateur en un primer momento, simplemente debido a la falta de costumbre, acabaron por copar, para mí de manera errónea, prácticamente el 100% del mercado.
Más adelante empezaron a aparecer los primeros clubs indoor o cubiertos. Pocos al principio mientras el coste del alquiler o compra de las naves se correspondía con aquélla etapa de la economía en la que aparentemente éramos un país rico. Pero llegó la crisis y con ella las naves vacías. Muchos vieron en el pádel, una de las pocas actividades pujantes de la época, una forma de rentabilizar esos activos. Empezaron así a florecer una cantidad ingente de nuevos clubs que han modificado de forma sustancial la estructura de nuestro deporte.
Pero centrémonos en las diferencias de jugar en pistas indoor o al aire libre. Las pistas a cubierto ofrecen una ventaja fundamental: no dependemos de las inclemencias meteorológicas. No solo de la lluvia sino también del viento, para mí este último más molesto en muchas ocasiones que la lluvia si esta última no es abundante. Este aspecto es especialmente importante cuando de la disputa de torneos hablamos. Las competiciones se encadenan semana tras semana y es prácticamente imposible en algunas de ellas retrasarlas. Otra ventaja importante es la ausencia de humedad en los cristales. Aunque muchos practicantes parecen haberse acostumbrado a jugar con los cristales húmedos, lo cual me resulta sorprendente, el juego con cristales secos es infinitamente más divertido.
Pero jugar al aire libre sigue siendo la mejor opción para muchos jugadores. El simple hecho de poder disfrutar de no estar encerrado en una nave ya compensa tener que jugar con algo de agua, viento o humedad en los cristales. Vivimos además en un país privilegiado donde esas circunstancias no se producen habitualmente (por lo menos en gran parte del territorio). El aire libre ofrece más ventajas: no hay un techo que limite la altura de nuestros globos (me permito comentar que la altura mínima para una competición federada es de 6 metros lo cual para mí es insuficiente). La visión suele ser mejor ya que la luz no entra solamente por unas pocas aberturas en la nave, lo que provoca zonas de sol y sombra que confunden y limitan la visión. O el ruido, tan molesto en algunas instalaciones indoor al retumbar los golpes de varias pistas a la vez.
Al margen de las disquisiciones anteriores parece que la batalla la están ganando las pistas cubiertas, pero en ningún caso creo que se deba a la propia bondad del juego en dichas pistas en comparación con las outdoor, que finalmente, vistos pros y contras, depende del gusto de cada uno. La ventaja se produce debido a que la mayoría de instalaciones outdoor son empresas con ánimo de lucro y su gestión dista mucho de la gestión tradicional de clubs de socios, donde en muchas ocasiones el resultado de la cuenta de explotación no es el único objetivo. Esto provoca que los clubs indoor sean mucho más agresivos en sus políticas de captación de jugadores.